Afortunadamente, la mayoría de medios de comunicación masivos tradicionales conservan, probablemente por su vocación social, un rigor profesional que, sin importar las diversas líneas editoriales, permite a los periodistas ejercer su trabajo de mediadores.
Hace unos años propusimos en estas páginas de El Universal, unas reflexiones sobre la relación que existe entre la democracia como forma de vida, y los medios de comunicación. En esas líneas partimos de la premisa de que, en el mundo occidental, la política se conoce como una actividad estrechamente ligada a la democracia. En las dictaduras no se puede ejercer libremente la política partidista, porque la disidencia se toma como desobediencia, y en las tiranías hay algunas posibilidades de hacerlo, siempre sintiendo la presión asfixiante de gobiernos autócratas.
Entonces, comenzando por la idea de que la democracia en esencia significa respetar las ideas contrarias, y permitir la libertad de pensamiento, decíamos que conectar a la política y a la democracia con los medios de comunicación es un campo de estudio que tiene muchos antecedentes, pero no es tarea fácil. Allí siempre hay una relación tensa, compleja, engorrosa. Los medios de comunicación, y para ponerle algún rostro a las instituciones, los periodistas, estamos diseñados para buscar la verdad, aunque ella no exista en valor absoluto. Solo en temas religiosos puede haber verdades absolutas, pero en el periodismo lo que hay son miradas. Diferentes miradas sobre un mismo hecho, porque cada ser humano interpreta los eventos a su manera. No somos espejos planos, decía el pensador francés André Maurois. Somos espejos curvos, que vemos la realidad deformada por nuestra formación familiar, por la sociedad en que vivimos, nuestra religión, nuestros gustos y preferencias. Por más que seamos equilibrados, realmente todos interpretamos las situaciones según nuestra visión de vida.
Al admitir que no somos objetivos, porque no somos objetos, lo que tenemos que buscar es contrastar nuestras ideas con otras opuestas. Hacer de abogado del diablo, como se hace en el método cartesiano. Siguiendo a René Descartes, uno mismo debe buscar los puntos débiles a nuestra argumentación, porque todo razonamiento debe partir de la duda.
Una pregunta inmediata aflora en esta reflexión, referente a cómo la actividad política se visibiliza, cómo toma forma, cómo se entiende por la mayor parte de la población. Nuestras preferencias y opiniones políticas como conjunto social. El tema lo abordó el investigador de opinión Irving Crespi, asentando que este es un dilema difícil de resolver si se piensa en la opinión pública como un acto de voluntad de unos actores, y no se entiende más bien como un proceso. Los medios de comunicación tienen un papel que jugar en este proceso, que no debe ser ni sobredimensionado ni sub estimado. Como la opinión pública puede tomar en su aspecto humano la forma de imagen y a veces de liderazgo, entonces puede haber una idea de que los medios forman por sí solos a la opinión pública, y al liderazgo también. Pero, tal y como muestran las investigaciones del profesor Iván Abreu Sojo los problemas de imagen y liderazgo trascienden a los líderes que aparecen en los medios.
Adicionalmente, el investigador español Manuel Castells, en su obra Comunicación y Poder, afirma que el poder se basa en la capacidad para modelar las mentes a través de imágenes. Pero que las imágenes colectivas, a diferencia de las individuales, se crean a través de la comunicación socializada, que él llama “decisiva”. Entonces el autor deduce que la política de hoy en día es una política mediática, que él define como la forma de hacer política a través de los medios. Un ejemplo actual de este fenómeno fue la incursión política del empresario norteamericano Donald Trump, fundamentalmente mediático.
Tomemos un momento la idea del filósofo Richard Rortry, quien afirmaba que en las personas no hay otra cosa que aquello que han recibido por el lenguaje, y examinemos lo que recibe diariamente el ciudadano venezolano como discurso político. Al añadir a esto la interrogante de a través de cuáles medios de comunicación sucede este proceso, entonces muy probablemente se puedan encontrar algunas explicaciones al comportamiento electoral y al “humor político” de los venezolanos, en los últimos años. Twitter, Instagram y Facebook se encienden con las pasiones más humanas que pueden encontrarse en el debate político. Los individuos proveedores de contenidos en estos medios no pueden ser controlados fácilmente. Ellos comunican sus miradas, sus opiniones, lo que ven, y cómo lo ven, aunque no lo hayan contrastado ni verificado. No tienen que hacerlo. No aprendieron a hacerlo. Nunca fueron preparados para contraponer, porque no son periodistas.
Afortunadamente, la mayoría de medios de comunicación masivos tradicionales conservan, probablemente por su vocación social, un rigor profesional que, sin importar las diversas líneas editoriales, permite a los periodistas ejercer su trabajo de mediadores. De esa manera, los medios de comunicación contribuyen a conectar a la política con los ciudadanos. Así se logra una mejor democracia.
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