A partir de hoy iniciamos una serie de publicaciones , orientadas al análisis de nuestro comportamiento político en las distintas etapas de nuestro desarrollo institucional de la democracia venezolana.
Durante nuestra historia como país, no son pocas las veces en las
que los dirigentes políticos del momento se han comportado timoratamente
ante la posibilidad de abrir compuertas y avanzar en la profundización de la
democracia. A la corta y a la larga, la sociedad venezolana ha terminado
pagando caro a, lo que podemos llamar, “El miedo a la osadía
democrática”.
El miedo de 1858
En el siglo XIX, en la constitución de 1858, se estableció la
elección directa de gobernadores y el sufragio universal directo y secreto
para elegir al jefe de estado. Sin embargo no existió el atrevimiento, por
parte de quienes fueron los triunfadores del momento, de llevar a la práctica
sus banderas políticas. El pueblo venezolano tuvo que esperar casi un siglo,
hasta 1947, para que por primera vez en toda la historia del país se pudiese
elegir al presidente de la república mediante el voto universal directo y
secreto; y para elegir de manera directa a los gobernadores de estado, tuvo
que esperar 131 años!!!. Entre el enunciado y la práctica se interpuso nuestra
particular manera de ejercer la monarquía, el caudillismo, y también se
interpuso el miedo a la osadía democrática.
Durante nuestra historia como país, no son pocas las veces en las
que los dirigentes políticos del momento se han comportado timoratamente
ante la posibilidad de abrir compuertas y avanzar en la profundización de la
democracia. A la corta y a la larga, la sociedad venezolana ha terminado
pagando caro a, lo que podemos llamar, “El miedo a la osadía
democrática”.
El miedo de 1945
En 1945, siendo Presidente el militar y andino Isaías Medina
Angarita, el Congreso de la República nombró una comisión para estudiar la
reforma de la constitución del país. La gran consigna de modernización
política del momento era la elección universal directa y secreta del
presidente de la república y de los órganos del Poder Legislativo. En la
sesión del Congreso del 23 de mayo de aquel año, se aprobó por
unanimidad una moción presentada por el senador Jóvito Villalba la cual
incluía tal avance político y social. Sin embargo, una orden proveniente de
las alturas del poder borró del informe final el citado avance democrático.
De esta manera se impuso la visión ideo – política de Isaías Medina
Angarita, aquella que establecía que fuese el Congreso gomecista de solo
143 diputados, Congreso mediante el cual Gómez, después de muerto,
seguía vivo, fuese el que designase, una vez más, al siguiente Presidente de
la República; de nuevo se había impuesto el miedo a la democracia.
Esto provocó una gran frustración, la cual expresó muy bien el
senador por el estado Nueva Esparta, quien mantenía, una actitud política
bastante considerada con el gobierno de Isaías Medina Angarita; ese
Senador era Jóvito Villalba:
Entre las cosas que me quedarán mañana por arrepentirme figurará
siempre en mi memoria, en primer término, ésta de haber
concurrido a las sesiones parlamentarias de 1945. Yo creo que
mañana nosotros seremos para las futuras generaciones los
hombres del parlamento más inútil y, sobre todo, más suicida que
conocerá la historia de nuestro país” (el subrayado es nuestro)
(Citado por Consalvi, 1999, p. 46 y 47)
El miedo de 1961
En 1936, año fundamental de la lucha política y sindical
venezolana, año de la primera gran manifestación civil de calle de nuestra
historia (o como la llamó Manuel Caballero, “el día en el que al gomecismo
se le levantó el siglo XX”), año de la huelga petrolera, se da una explosión
de legalizaciones de estructuras no montoneriles de lucha social: los
partidos políticos. Entre estos se legaliza el PDN, semilla de Acción
Democrática. En ese momento, el germen de AD establece en su programa
político la lucha por la elección directa de los gobernadores (se llamaban
presidentes de estado). Pero oh! sorpresa, 25 años después de 1936, luego
de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, de nuevo el miedo a la
osadía democrática ejerció su efecto e impidió que tal bandera se
estableciera en la constitución de 1961. En ese momento, el miedo también
produjo otro efecto que actualmente estamos pagando: paralizó la claridad
política de largo plazo, paralizó la sabiduría política estratégica e impidió
que se hiciesen todos los esfuerzos posibles para lograr la participación de
los comunistas en el acuerdo nacional de Punto Fijo. De no haber tenido
miedo a la amplitud democrática, tal vez mucho se le hubiese ahorrado a
nuestra sociedad, incluyendo la posibilidad de que no se diese el proceso
guerrillero de los años 60 y que no se presentase, en consecuencia, la actual
amenaza totalitaria.