Lorenzo muere en su lecho después de una larga enfermedad y en su lecho de muerte manda a llamar a Savonarola, no como monje, sino para hablar de política
Autor: Álvaro Montenegro. [email protected]
Lorenzo de Médici fue un ilustre ciudadano de Florencia, que vivió entre los años 1449 y 1492. No fue un hombre común, pues pasó a la historia como uno de los ciudadanos que marcó para siempre a esa bella ciudad italiana. El gusto por el arte y los negocios se mezclaron en su figura humana de una forma única y preciosa. Su vida estuvo tan llena de episodios interesantes, que se convirtió en una de las caras más visibles del arte de vivir en el renacimiento italiano.
Banquero por tradición familiar -los Médicis se dedicaban a ese negocio desde el siglo XII- Lorenzo hubiera sido un buen financiero más, pero tenía unos dones muy especiales que construyeron un personaje excepcional. Nació rico, con su vida destinada a estar detrás de un mostrador, contando monedas y el oro que depositaban en su banco. Los Médicis, como a cualquier comerciante en todas las épocas de la historia, necesitaban paz, estabilidad, justicia y continuidad para enriquecer sus tiendas, fábricas o bancos. Se vestían sin lujos y daban sensación de benevolencia, llevando una corona invisible en su cabeza. El escritor francés Marcel Brion, anotó en una interesantísima biografía de Lorenzo de Médici que “Nadie desconfía de un poder que se cubre así con apariencias de humildad, de sencillez”.
Al morir Giovanni Médici, en el año 1429, le correspondió a su hijo Cósimo, abuelo de Lorenzo, tomar las riendas del negocio familiar. Cósimo quiso construir un palacio Médici, a diferencia de Giovanni, quien nunca se mudó de la vieja y modesta casa familiar de sus bisabuelos.
En el año 1439, Cósimo tuvo la habilidad de traer a la deprimida ciudad de Florencia el Concilio de Ferrara, que reunió a las iglesias de oriente y occidente. La ciudad se llenó de miles de visitantes, altos prelados y personas importantes. A costos de la banca Médici, Florencia entera agradeció el gesto y la prosperidad, bautizando a Cósimo como el “Padre de la patria”.
Lorenzo, por su parte, fue educado como un príncipe, entre arte exquisito y valores cristianos muy profundos, “conoció, siendo muy joven todavía, el valor del dinero; y, como consecuencia de ello, el valor de los hombres; porque en sus relaciones con el dinero es donde se les descubre mejor”, según Marcel Brion. Su abuelo le enseñó desde niño que primero la banca, y después el poderío político o la cultura. Abuelo y nieto caminaban por las calles de Florencia, visitando comerciantes, artesanos y artistas. Cósimo le mostraba los frescos que Massaccio había pintado en la iglesia del Carmen. En el taller de Lucca della Robbia, en el de Desiderio da Settignano, o el de Mino da Fiesole, Lorenzo veía de la mano de su abuelo un mundo inmenso de arte y esplendor que le marcó de por vida.
Lorenzo se casó con Clarisa Orsini, heredera de una de las familias romanas más antiguas e ilustres. Cuando le correspondió, con su hermano Julián, llevar el destino de la familia Médici, el palacio florentino se convirtió en una casa abierta para todos, donde “reinaba la dulzura patriarcal”. Los hermanos recibían y conversaban amablemente con artistas, literatos, mercaderes y artesanos. Eran tan elegantes y moderados, que detestaban el lujo de los advenedizos. El sobrenombre de Magnífico “no era por lo que deslumbraba ante la ingenua mirada del pueblo, sino, al contrario, por las únicas virtudes que pueden admirar a las personas de talento y corazón”
En la conspiración de los Pazzis, antiguos aliados de los Médicis, asesinan de varias puñaladas al querido Julián durante la misa en la catedral, en el momento de la elevación de la hostia. Lorenzo se salva milagrosamente, gracias a la impericia de su atacante Maffei y a su rápida reacción de escape. El Papa Sixto IV, cómplice necesario, reaccionó al fracaso de la conjura declarando una guerra santa contra Florencia que duró dos años.
Con el Renacimiento italiano en su cúspide, Lorenzo reunía en su casa a poetas, pintores, escultores, arquitectos, músicos y escritores que nutrían su intelecto y llenaban de arte a la ciudad. Miguel Ángel Buonarroti comía en su mesa como si fuera un hijo, jamás como un invitado. Florencia se convirtió en centro de las bellas artes europeas; en una ciudad museo. Su segundo hijo, Giovanni, fue nombrado cardenal y luego Papa con el nombre de León X.
La llegada a Florencia del fanático y acomplejado fraile dominico Jerónimo Savonarola, trajo a la ciudad la misma fealdad que llevaba su “horrible rostro”. Pico de la Mirandola le habló a Lorenzo de un monje con fama de buen orador que había en Ferrara y Lorenzo aprueba la invitación. Pero, como pasa cada vez que un retórico resentido llega a ser popular, Savonarola convence a los florentinos desde el púlpito de la catedral de que el Renacimiento no ha servido para nada. La venganza de Dios es proclamada por el violento fraile y debe caer en la cabeza de los ricos.
Lorenzo muere en su lecho después de una larga enfermedad y en su lecho de muerte manda a llamar a Savonarola, no como monje, sino para hablar de política. El delirante sacerdote no quiere escuchar nada. Florencia cayó en un período muy oscuro y violento bajo el gobierno de Savonarola.
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