Autor: Emilio Acosta.
Fuente: Venezuelaprovincial
El viajero Alexander Von Humboldt durante su periplo por la Capitanía General de Venezuela en 1800 hace cálculos de la población blanca criolla, la estima en un número de 210.000 para un total de 900.000 personas.
Cita sobre la clase criolla en su obra «Viaje a las Regiones Equinocciales» lo siguiente:
«Intereses de familia, el deseo de una tranquilidad ininterrumpida, el temor de lanzarse a una empresa que puede fracasar, impiden a estos abrazar la causa de la independencia … Unos, de miedo a todos los medios violentos, se lisonjean de que reformas lentas podrán hacer menos opresivo el régimen colonial, y no ven en las revoluciones sino la pérdida de sus
esclavos, el despojo del clero y la introducción de una tolerancia religiosa que creen incompatible con la pureza del culto dominante. Otros pertenecen a ese corto número de familias que, en cada comuna, sea por una opulencia hereditaria, sea por su muy antiguo establecimiento en las colonias, ejercen una verdadera aristocracia municipal: más quieren ser privados de ciertos derechos, que
compartirlos con los demás: y aun preferirían una dominación
extranjera a la autoridad ejercida por americanos de una casta inferior: abominan toda constitución fundada en la igualdad de derechos: se espantan por sobre todo de la pérdida de esas condecoraciones y títulos que tanto trabajo les ha costado adquirir».
Un año después otro viajero, el francés François Depons cita sobre los criollos, que no les gustaba los trabajos físicos, preferían empleos administrativos:
«Los empleos son la principal y única mira de la ambición del criollo. Aunque la mejor tierra del mundo le ofrezca todas las riquezas, no está satisfecho en sus deseos, mientras no obtiene un grado militar, un puesto en la hacienda pública, un oficio judicial o una orden honorífica. Pasa su vida y consume sus haberes en obtener grados y empleos y en solicitar otros nuevos».
Depons señala, era tanta la ambición, que los criollos ricos tenían apoderados en Madrid, los cuales les pagaban remesas para que les buscaran en las oficinas públicas un empleo de alcurnia. A veces hipotecaban sus haciendas para cubrir gastos de las remesas.